martes, 30 de diciembre de 2008

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lunes, 29 de diciembre de 2008

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jueves, 16 de octubre de 2008

Juan David Nasio

Entrevista a Juan David Nasio


15-10-2001 - Por Emilia Cueto


-Emilia Cueto: Ud. acaba de dictar el Seminario ¿Cómo escuchar a un niño? ¿Qué impresión le queda de este nuevo contacto con el público de la Argentina?

Juan David Nasio: Me crea mucha responsabilidad, ¿se da cuenta? Tengo que hacer un seminario excepcional! tres personas vienen desde Arica en ómnibus, cuatro días de viaje! La gente que viene de Corrientes, de Tucumán, el traslado, el esfuerzo, la comida, el hotel, hubo 680 inscriptos.

-En la actualidad ese número es muy importante, ¿Ud. está al tanto de la situación económica del país?

Sí, claro! Por eso hubo un pedido de inicio de mi parte de que bajaran los aranceles. Cuando yo llegué acá me encontré con que el país estaba muy mal y no se podía hacer ese seminario con los aranceles que estaban previstos y se bajaron.

-¿En que momento y por que decidió radicarse en Francia?

Estaba ya recibido de medico psiquiatra. En aquel momento no se viajaba al exterior y sucedió que una noche, con mi señora –estábamos recién casados- fuimos invitados a la despedida de un amigo que se iba a Checoslovaquia para estudiar el mal de Chagas. Al salir de esa cena de despedida le digo a mi mujer tendríamos que irnos a estudiar a Francia porque yo necesitaría estudiar Lacan. Había empezado a estudiar a Lacan desde el año ’66. Eso fue la noche del 13 de julio de 1968. Me acuerdo muy bien porque al otro día fue el 14 de julio, día de la Revolución Francesa, y ese día me despierto a la mañana, era un domingo, y le digo a mi señora: ¡nos vamos a ir entonces! Me presenté como candidato a una beca de la embajada de Francia en Argentina para ir a estudiar con Lacan y ella se presentó como candidata a una beca de la Ciudad de Buenos Aires para estudiar enfermería y salud publica en Francia. Sucedió que mi señora obtuvo esa beca de la universidad a los ocho meses, que eran en esa época unos 1000 francos, unos u$s 150 por mes. Yo me presenté a la beca que era muy poquito, serian unos u$S 100 al mes pero ocurrió que no me la dieron, salí cuarto y había tres puestos. A pesar de eso yo pensaba ir porque tenía unos ahorros, ya era médico psiquiatra, psicoanalista, hacia cinco años que recibía pacientes en el consultorio, había estado analizado. Tenia experiencia de psiquiatra, joven, pero tenia experiencia, es decir que mis estudios en Francia eran más bien de postgrado. Ocurre que me llaman de la embajada y me dicen: “Dr. Nasio le quiero anunciar que uno de los tres candidatos elegidos ha renunciado así es que queda un puesto vacante, Ud. que estaba cuarto pasa a ocupar el lugar y la embajada de Francia tiene el agrado de anunciarle que le da la beca”. Y así nos fuimos un año después, el 14 de julio de 1969, tomamos el barco con dos becas y con 26 años.

-Entonces Ud. fue a Francia movido por Lacan

Fui movido por Lacan, fui movido por Europa, fui movido por la Francia, fui movido como todos los argentinos desde la época de Gardel. Los argentinos adoramos Francia y Paris, es una ciudad luz y yo estaba movido por el deseo de ir hacia allá pero para volver a la Argentina, no irme definitivamente, no instalarme sino volver formado y ser aquí un representante del psicoanálisis francés.

-Y ¿en qué momento decidió modificar esa decisión y quedarse?

Poco a poco nos instalamos allá con una actitud que considero muy importante. Mucha gente joven quiere irse y yo aconsejo que no se vayan de Argentina si no están formados, porque los países que reciben, sea EEUU, Canadá, Europa necesitan gente formada, no quieren formar gente, no les interesa formar gente. Siempre cuando uno va no formado es más difícil conseguir trabajo y ser reconocido. Yo tuve la suerte de tener una formación de primer nivel, me fui con cinco años del hospital Lanús, con un gran maestro que fue Goldemberg, con todos los grandes maestros que venían al Lanús: Bleger, Ulloa, etc. Todos venían al Lanús para contribuir al desarrollo del psicoanálisis en el hospital psiquiátrico. Toda una formación de primera. Entonces cuando llego a Francia los franceses me reciben y me dicen: “bueno, tome un paciente, -vieron como trabajaba- y dijeron este hombre... trabaja! ¿Qué quiere decir esto?: primero, sabia establecer el diálogo con el paciente muy bien, cosa que es muy difícil con un psicótico, segundo sabia diagnosticar rápido, tercero sabía dar una información sobre el paciente. Entonces los colegas franceses me pidieron que fuera a trabajar con ellos, porque para ellos no era un estudiantito al que había que formar era un profesional como ellos.
Hay que decirlo: la medicina Argentina es de un excelente nivel. Puede haber variaciones, puede haber ramas en donde se ha cambiado, de mejor nivel que otras. Por ejemplo en neurología hay un muy buen nivel aquí, en genética, en cardiología, es decir la medicina Argentina es una buena medicina, muy formadora, muy reconocida. Es cierto nosotros no tenemos los aparatos técnicos que tienen los americanos y algunas veces los europeos, pero somos una medicina que ha sido influenciada por la medicina francesa. La medicina francesa de los años 1930, 40, 50 es una medicina semiológica, que quiere decir esto, es una medicina que se guía por lo que observa, por los signos, y es una medicina que tiene una buena relación con el paciente. El medico argentino y el medico francés, son médicos humanizados, son humanos. En EEUU los médicos tienen excelentes aparatos pero recién ahora están dándose cuenta de la importancia de la relación de la palabra con el paciente. Nosotros tenemos buena medicina.

¿Podríamos pensar influencia paterna en este punto?

Exactamente! Claro, mi padre era médico entonces me lo trasmitía. Quiere decir que Ud. tiene razón: cuando yo llegué -era jovencito tendría 26, 27 años- me presentaron un psicótico y me dijeron: bueno Dr. Nasio ocúpese de ese muchacho, como diciendo vaya Ud. como un pobre estudiantito y cuando vieron como hablaba con el paciente, la relación que tenía, como le extraía las cosas, los franceses se quedaron impresionados. Pero eso no es mi talento particular.
Ya he hablado de Goldemberg, y ahora recuerdo las presentaciones de casos de Lacan. Se reunían los pacientes y Lacan delante de un grupo de gente se sentaba y le decía al medico: tráigame al paciente, vamos a verlo. Cuando lo vi a Lacan hablar con los pacientes, pensé “¡pero Goldemberg habla mil veces mejor!”.
Lacan será extraordinario pero no sabe trabajar con los pacientes, ¡no sabe! Lacan no tiene la ductilidad, el diálogo, la fineza de la relación con el paciente. Era extraordinario porque después, cuando terminaba, el paciente se iba y nos hacia unos comentarios luminosos. Pero en el diálogo con el paciente Goldemberg, lo superaba 3 veces, mucho más. Lo más extraordinario de Lacan eran sus seminarios, sus libros, su teoría, su elaboración. Pero en el contacto con el paciente, el diálogo, la escucha, la habilidad clínica, la ductilidad... hay que ser muy dúctil sobre todo con un psicótico, hay que saber hablar con el psicótico y poder en poco tiempo extraer de él lo más intimo.

¿Y cómo fueron los primeros tiempos en Francia?

Cuando llegué primero fui a ver a Leclaire. Serge Leclaire, era el más grande psicoanalista de la escuela lacaniana después de Lacan. Lecalire me recibío muy bien, muy cordial. Me dijo: “Así que Ud. viene con una beca para estudiar en nuestra escuela. Bueno, muy bien, cuando tenga un trabajo me lo trae”. Yo le dije: pero, yo quiero estudiar con Ud., a lo cual me responde: “bueno, venga a mis cursos”. Yo venía de atravesar el océano, todo para ir como un niño que quería estar al lado del maestro, y el maestro me dice: bueno, estudie y cuando tenga algo me lo trae. Como diciéndome, arrégleselas solo.
Y a partir de ese día, me di cuenta que tenia que estudiar mucho, como estudiaba en Argentina. Yo soy muy estudioso, me gusta estudiar, me gusta leer, me gusta agarrar un libro y romperlo, romperlo con cada frase hasta entenderlo, hacerlo mío. Cuando Leclaire me dice eso, comenzó un año y medio en el que pasaba desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche o más estudiando y estudiando... Iba, recuerdo, a una panadería. Mi señora se iba a sus cursos y yo a la misma hora agarraba el portafolios, me llevaba mis libros y me sentaba en una panadería chiquita que había en la esquina de la Rue Pascal, en el treizième arrondissement. Me sentaba ahí porque me servían café y comía medias lunas, entonces me pasaba toda la mañana, al medio día cruzaba a un bar comía algo y volvía a mi lugar de trabajo que era la panadería. La panadera ya me conocía. Por supuesto, asistía a los cursos de Leclaire y poco a poco me fueron surgiendo ideas a partir de la lectura de Lacan y otros, y gradualmente fue emergiendo la idea de escribir un texto. Que, surgió solo, no fue que dije voy a escribir. Pero siempre estaba esa espera de Leclaire que me dijo tráigame algo. Y así fue que iba no solo a la panadería, sino también a la biblioteca del hospital Saint-Anne y como digo en mi libro redacté en abril de 1970 el texto “Metáfora y falo” que es el primero.
Llegue en setiembre de 1969 y en abril de 1970 redacté este texto mientras recorría los jardines del hospital Saint-Anne, el más prestigioso hospital psiquiátrico de Francia. Daba vueltas alrededor de un cantero de flores hasta que las palabras me venían, entonces subía rápido a la biblioteca para asentar la frase sobre el papel y bajaba de nuevo al cantero de flores para encontrar la inspiración. Yo caminaba y aun hoy para escribir camino. Necesito caminar para escribir. No me quedo sentado, doy vueltas, camino, pienso, y así escribo.
Ese fue mi primer texto escrito en español en Francia, porque yo ya había escrito otros acá. Iba a ser el primero y el ultimo, nunca más volví a escribir en español después de ese texto. Me había hecho amigo de un joven profesor de español, francés él y le pedí que me lo tradujera. Entonces llegó el momento, voy y se lo muestro a Leclaire. Le digo, “Sr. Leclaire Ud. me dijo que venga con algo. Bueno acá esta. Tengo esto”. Esa noche misma, Lecalire me llama por teléfono y me dice: “¿está de acuerdo en decir ese texto que me dio en una conferencia en mi seminario?”.
Y el 15 de mayo de 1970, no me voy a olvidar nunca, fui y di la conferencia. Entre otras cosas, yo decía en ese texto “il faut marcher sur les signifiants”. Marcher quiere decir “caminar” y en lugar de decir “caminar sobre los sinificantes” como yo no conocía bien el francés, dije “il faut pisser sur les signifiants” para decir “hay que pisar sobre los significantes”. Pero pisser en francés quiere decir orinar. Y me acuerdo que en la conferencia dije “pisser sur les signifiants”. Del argentino que no conoce bien el francés. Ninguno de los franceses se rió . No se si lo habrán tomado como una interpretación lacaniana del orinar sobre los significantes pero ninguno de los franceses reaccionó, estuvieron muy sobrios.
Los únicos que me dijeron: “ché, dijiste pisser” fueron dos argentinos que estaban ahí, a lo cual les digo: ¿y qué pasa? -¡Pisser quiere decir orinar! Yo me agarraba la cabeza. Pensaba en Leclaire, que se podía ofender, cosa que no sucedió, sino que después me llamó a mi casa y me dijo que quería que la conferencia saliera en un libro suyo. No le puedo explicar el honor que era para mí.
Un argentino, recién llegado y ya estaba Leclaire proponiéndome publicar. El libro fue publicado en 1971 con el título “Desenmascarar lo real” de Serge Leclaire y abajo, en la tapa decía: “con una contribución de Juan David Nasio”. Leclaire era, permítame, como hoy puedo ser yo mismo, un autor que se vende mucho. Y a partir de allí todo el mundo me conoció, toda la comunidad psicoanalítica. Preguntaban “¿quién es éste?” “¿quien es este autor?” A partir de ahí, el problema de quedarse o no quedarse se planteo naturalmente, me quede y tuvimos hijos en Francia.

-¿Ud. antes de irse lo había conocido a Masotta en el Centro Superior de las Artes?

-No, no lo conocí en el Centro Superior de las Artes. Esto es importante que le cuente porque se que acá Masotta es un autor muy querido y yo guardo un gran cariño por él, pero le voy a contar como... la historia siempre es una interpretación, siempre es algo que uno reinterpreta por más hechos reales.
Le voy a dar mi historia que no es inventada, es tal como la viví, tal como la recuerdo. En el año 1966 descubro una revista en el suelo, tirada en una pila en la librería Jorge Alvarez en la calle Corrientes y Lavalle. Allí Jorge tenía una librería chiquita y traía materiales franceses. También la librería Galatea en la calle Viamonte y Florida los traía. Como yo era un lector muy asiduo de todo lo que era marxismo me llegó también la noticia de que había un autor muy interesante que era Althusser que publicaba los primeros libros.
En aquella época que se llamaba “Pour Marx” “para Marx”. Althusser estaba en francés así que leía con otros colegas, con amigos, era una lectura política la que me interesaba. Y además una lectura política con una intención que era la de criticar a M. Klein, tan hegemónica en aquel entonces. Así fue que descubro la citación a Lacan. No sabía quien era ese Lacan.
A partir de eso me interesé también en el psicoanálisis francés, y en aquella época se estudiaba siempre en grupos y con alguien, ese era el sistema. Descubrí en la revista de psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina un articulo de Mario César Liendo y su señora sobre temas de semiótica en el que al final citaban a Lacan, lo llamo a Liendo y le digo: “lo llamo porque veo que Ud. cita a Lacan y me gustaría estudiar Lacan con Ud. porque si lo menciona es porque lo conoce. Y me dice: “no, yo no hago grupos de Lacan”.
-Y dígame puede conocer a alguien, a lo cual me responde: “porque no lo llama a Massotta que es un hombre que ha hecho ya una conferencia sobre Lacan en los años 64, quizás él esté disponible y haga grupos”. Me da el teléfono, lo llamo a Massotta, voy a visitarlo a la calle Tucumán entre Maipú y Esmeralda, en un piso que tenía, -era una época de calor-, debía ser marzo del 66 o 67 y le digo: yo quisiera estudiar Lacan. Y me dice: “no, yo no hago nada ahora de Lacan”. El estaba muy ocupado con el “happening”, con el Di Tella, con la historieta, y me dice: “mire vamos a hacer una cosa, si Ud. consigue un grupo yo me ocupo del grupo, pero consígalo”. Me resultaba difícil encuentrar gente porque a nadie le interesaba Lacan. Lo vuelvo a llamar y le digo: no encontré a nadie, pero no importó. Para ese momento él ya tenía dos personas y conmigo éramos tres así es que empezamos. Las otras dos personas eran Oscar Steimberg, que era un autor de teatro y Peisereb, y este fue el primer grupo de estudio que hubo acerca de Lacan ¡El primero! Un mes después de esto empieza un segundo grupo, casi simultaneo como Ud. ve en el que estaban Guerrero, la mujer de Guerrero, Mario Levin probablemente y Jorge Jinkis.
En ese momento es como si Masotta se hubiera despertado de un lapso de latencia Lacaniana. Es decir que entre el año ‘64 y el ‘66 en que le pido a Masotta que arme un grupo no se si hubo artículos, creo que hubo una especie de latencia en él. Esa es una interpretación que hago, puede ser que algún lector de nuestra entrevista diga que tiene otros testimonios en relación a Masotta. Tengo conocimiento de que Masotta se había interesado en Lacan y luego dio la conferencia en el año 1964 ¿Sabe como fue? Él estuvo en la casa de Pichón Riviere y allí descubre en la biblioteca unos folletines que le había envíado Lacan de Francia a Pichón Riviere.
- Y Pichón le dice, “esto a Ud. le va a interesar” Claro, y se los dió a Masotta. El se interesa, va a dar esa conferencia pero soy yo quien va a despertarlo a Massota para reiniciar este periodo que es el periodo del psicoanálisis y del Lacanismo. Es allí que van a hacerse los grupos y poco a poco va a haber más grupos. Hasta que llegamos a los años 68-69 en que vamos a hacer un 1º congreso en una quinta, con un asado, donde hubo exposiciones a la mañana y a la tarde. Eso fue en diciembre del ‘68 poco antes de que me fuera. Fue lo que Masotta llamo el 1º congresito Lacaniano.

-Raimundo Salgado: tengo una anécdota de eso: a Masotta me lo presentó Isidoro Vegh, me dijo quiero que conozcas a Masotta, que es importante... y así fue como empezó el Lacanismo, a tal punto que cuando yo publiqué esa revista que era muy leída por la gente que había roto con la APA . Esa gente se emocionó con la Imago.
A raíz de haber conocido a Masotta publiqué Imago 2 dedicado a Lacan y esa gente se enojó conmigo. Me mandaban diatribas. Siguen enojados. Mucha de esa gente estaba en contra del Lacanismo; -Rafael Paz por ejemplo- y me decían que había traicionado el ideal de ellos al publicar a Lacan.
También recuerdo que a Letra Viva venía mucho Pichón Riviere, le emocionaba la librería, y a veces no podía entrar de lo enfermo que estaba. Un día le pregunto si lo conocía a Lacan y me dice que tenía una carta de él. Le pido que me la muestra y dice: “yo la voy a buscar y se la voy a regalar porque quiero que sea para Ud”. A todo esto ya había publicado la carta robada. Pero Pichón Riviere no encontraba la carta y yo le decía que me interesaba mucho verla. El venía todos los días. Venía y se llevaba libros.
Después la secretaria me decía: vi que el Dr. se llevaba libros, ¿cuánto le debe? Hace unos 8 años Jorge Jinkis me dijo: “sabés que tengo una carta que le mandó Lacan a Pichón Riviere”. –Ah,¡Es mi carta! ¡La carta que me había prometido,la misma carta! Y lo interesante es que a Masotta lo conocí a través de la carta robada.

-Ud. plantea en su libro “Un psicoanalista en el diván” que el problema mayor de nuestros tiempos es la perdida progresiva de parámetros que definen el carácter masculino del hombre.

Me da la impresión que lo que está hoy surgiendo como un gran malestar en nuestra cultura occidental industrializada, tanto en Europa como en América latina, es el problema de la identidad del hombre. El problema de la mujer, célebre, formulado en esa pregunta de Freud ¿qué quiere una mujer? se mantiene, la femineidad sigue siendo un enigma. Pero ahora se ha agregado otro elemento que no se si podemos denominarlo enigma, pero podría llamarlo el interrogante que angustia al hombre: ¿qué es lo que el hombre puede? Esta es la es la pregunta del hombre: ¿qué es lo que yo puedo? ¿Hasta dónde llega mi poder?
El problema del hombre no es el poder en el sentido político o social, es el poder hacer, el poder responder. La virilidad, la masculinidad para un hombre se define entre otras cosas en su capacidad de responder a lo que se espera de él.

¿Por qué aparece hoy en día esta pregunta? Ud. lo formuló en el seminario como un enigma masculino

Si, más que un enigma es una pregunta acuciante que el hombre se hace en permanencia y que muestra hasta que punto el hombre hoy está como desestabilizado frente a las nuevas condiciones de la sociedad que son el cambio mayor producido por el nuevo status de la mujer. La mujer ha adquirido una extraordinaria independencia financiera, económica, afectiva.
Ahora, entendámonos bien no se trata de criticar a la mujer ni de echarle ninguna culpa, es la sociedad que evoluciona normalmente y es esto lo que esta pasando. Así como cambian los seres la sociedad, también cambia y el nuevo status de la mujer de los últimos 40 años ha hecho que el hombre se vea como desestabilizado de su rol clásico de representante de la autoridad, del hombre activo. En la época de Freud, actividad era sinónimo de masculinidad.
Freud en su tiempo pasa a decir que la masculinidad no es la actividad. Pero aunque él lo desmienta y tenía razón en desmentirlo, lo activo está asociado al hombre y lo pasivo a la mujer. Eso hoy está completamente desmentido. El hombre no es lo activo y la mujer no es lo pasivo. La mujer es tan activa como el hombre.

-Hoy se lo ubica más del lado de la masculinidad y la femineidad

Si, por eso digo, que los parámetros de pasividad y actividad son completamente inadecuados para definir la femineidad y la masculinidad. Freud ya lo había dicho, pero esto estaba como una posibilidad que Freud desmentía. La mujer hoy en nuestra sociedad tiene un rol activo en lo social, en lo político, en lo económico muy importante y esto está provocando cambios en el equilibrio familiar.
Probablemente este es uno de los factores que está determinando la inestabilidad tan frecuente en las parejas que se hacen y se deshacen tan rápidamente. Porque la mujer tiene una autonomía que le permite elegir amar o no amar. Antes las parejas se constituían y la mujer muchas veces aceptaba pasivamente, hoy en día no, la mujer está mucho más determinada. Yo recibo pacientes que me dicen: Dr. me casé hace un año y no quiero estar más casada con mi marido.
-¿Por qué?
-Voy a decírselo claramente Dr. mi marido tiene eyaculación precoz y yo no quiero vivir con un hombre que no me de satisfacción sexual. Esta frase que escucho hoy en una joven de 29 años, hace 20 años jamás la hubiera escuchado.
La mujer hoy quiere tener las mejores condiciones para hacer su vida feliz, su vida afectiva, sexual y es legítimo y normal. Entonces, esto es nuevo. Y esto está creando cambios en la armonía y dinámica familiar. Primero de la pareja y luego de la familia.

-Y también en la teoría psicoanalítica

También. Por eso estoy proponiendo cosas nuevas. Estoy tratando de aportar una visión diferente de lo que es la masculinidad. Pienso que el problema de la masculinidad se define por este punto de sufrimiento del hombre por no saber cómo llegar a responder a lo que se espera de él.
Un hombre viril es un hombre que se piensa capaz de responder a lo que una mujer espera de él. Hoy hay muchos hombres que sufren, se quejan. Vienen a la consulta porque sienten que están más acá de cierta espera, de una actitud, de una expectativa de la mujer. Como si no lograran responder al rol de padre en la familia, de amante en la pareja o de jefe en la empresa.
El hombre está muy desestabilizado, no encuentra parámetros nuevos. Los va a encontrar, de eso estoy seguro pero ese sí es un enigma

¿Cuáles son los nuevos parámetros que van a definir la identidad masculina digamos en el año 2090?

Eso nadie lo sabe. Lo que sí se es que los parámetros no serán los actuales y que hoy el hombre está a la búsqueda de esos parámetros.

¿Cómo piensa la angustia en la mujer siendo que no podemos hablar de angustia de castración?

La angustia mayor de una mujer es la de no ser más amada. Lo que más puede angustiarla es que la dejen, que el hombre que ella ama la deje, la abandone, consiga otra mujer más joven, más hermosa, que no esté con ella. Que el hombre amado le retire el amor. Esa es una angustia femenina que está tan presente en la mujer como la angustia masculina en el hombre de lograr responder a las metas a las que está llamado a cumplir.

Ud. plantea como hipótesis el “sentimiento de virginidad irreductible en la mujer” ¿A qué se refiere?

Es un fantasma que he logrado detectar en la mayor parte de mis pacientes mujeres. Me confían que más allá de la penetración, mas allá del placer del orgasmo, más allá inclusive del parto, ellas tienen la impresión vaga, incierta, la fantasía, la ilusión, que nadie ha llegado a tocar, a penetrar en el rincón más íntimo de su ser. Como una especie de virginidad infinita, intocable que el sexo del hombre o el cuerpo del hombre no llega a alcanzar. O no llega a violar. Entonces esto es una fantasía de una virginidad virtual.

-¿Y por qué sería tan importante esto para la mujer?

No es que sea tan importante, es importante para ciertas pacientes, para una gran parte. Hay otras que me han dicho “no, no es cierto. Yo no siento eso, yo mi cuerpo lo siento receptivo al hombre y cuando está en mi, está en mi y punto”.

-Ud. refiere que en muchos casos se trata de mujeres que tienen una vida sexual plena ¿Se podría pensar como un modo de sostener cierta escisión entre las santas, las vírgenes por un lado y las prostitutas por otro, intentando mantener algún resquicio de las primeras?

Es probable, esto es algo que Ud. completa. Como es una cuestión tan delicada, además es nueva y concierne la vida íntima de una mujer por el momento me he mantenido con una extrema prudencia, Ud. lo vió en el libro.
Son hipótesis que vienen de pacientes que están en análisis y que confían sentimientos muy íntimos de la relación sexual. Y es en esos sentimientos que aparece esta imagen, esta idea de una virginidad infinita, de lugar intocado e intocable, inviolado e inviolable de su cuerpo.

-Ud. en referencia a la niña, habla de dolor en tanto privación ¿Cómo se podría pensar esto en relación al precepto judeo-cristiano de “Parirás con dolor”?

Hablo del dolor de la privación en la fantasía edípica del cuerpo, de la ausencia del falo que ella imagina tener. Es una fantasía en la cual ella sufre de no tener, de que no le han dado, o de que la han privado del objeto fálico que ella imaginaba tener.
Si, yo pienso que la femineidad está asociada al dolor y la masculinidad asociada a la angustia. El hombre es un ser más tendiente a angustiarse: le preocupa si logra, si no logra, si las cuentas van bien, si no van bien. Si responde o no responde. Se angustia del poder hacer lo que tiene que hacer. El hombre es muy frágil. La angustia está permanente, se angustia si va a responder a la mujer, si va a ser suficientemente viril, se pregunta si no es homosexual.

-Pero muestra menos su angustia que la mujer Muestra menos su angustia que la mujer pero las mujeres se dan cuenta. Una mujer cercana a un hombre, que lo ama se da cuenta inmediatamente por qué el hombre está angustiado. La masculinidad es: se agarra para que no se lo roben, para que no le hagan mal.

-¿Lo liga a la angustia de castración?

Que sea el sexo, que sea el poder, el hombre está así. La mujer no. La mujer es mucho más abierta, esa no es su angustia. Es capaz de hacer actos de una audacia que jamás un hombre puede hacer. Estoy seguro que hay políticos que hacen actos audaces y que están aconsejados por la mujer.
La mujer puede hacer cosas que un hombre no hace. Y eso los empresarios lo saben y por eso emplean a mujeres para ciertas cosas. Porque hay mujeres que saben llevar adelante iniciativas sin miedo y con audacia.

-Raimundo Salgado: ¿puede ser esa angustia del hombre lo que lo lleva a vivir menos que la mujer, por ejemplo?

Pude ser, porque esa angustia lo lleva a activar más, a estar mucho más tenso, a sufrir más. Hay más infartos en el hombre que en la mujer. La mujer, no digo que no se angustie, se angustia pero tiene una relación con las dificultades, con los obstáculos mucho más serena. Una mujer es capaz de saltar un obstáculo con más tranquilidad.
Es como si la privación ya la conociera, como si ella se dijera no tengo miedo de perder porque yo ya se lo que es perder. Como si el hombre no supiera lo que es perder, como si el hombre estuviera siempre con miedo de perder. Para la mujer el problema no es perder o no perder, algo de esto está internalizado. El problema de la mujer es que la dejen, es este dolor. La femineidad está más ligada al dolor, es más arcaico. La angustia es más mental, mas exterior, es miedo de lo que va a pasar.
Estoy haciendo generalizaciones, todos tenemos angustia. La mujer tiene menos miedo de lo que va a pasar. Ella sufre más lo que pasa que la angustia de lo que va a pasar. La mujer es más sensible al acontecimiento de hoy y al dolor de hoy que a la angustia de mañana. Ella es más preparada, más armada, más sólida que el hombre.
Cuando una mujer tiene que ir a operarse, puede morirse de miedo, pero el hombre se muere de miedo tres veces más que la mujer. El hombre además tiene miedo a la mujer, de la mujer! Y sobre todo de una mujer fuerte, de una mujer vindicativa, de una mujer rival. El sabe que si esa mujer se pone en serio a dirigir una empresa, un negocio lo va a hacer mejor que él. Ella no lo hace porque lo que le importa no es dirigir la empresa, lo que le importa es ser amada.

-¿Y cómo piensa el Superyo en la mujer?

Es muy importante el Superyo en la mujer, es un Superyo que se forma. En el hombre el Superyo determina la inhibición, el castigo y muchas veces el hombre está en una lucha de transgredir la ley del Superyo. El superyo en la mujer es un superyo de pudor, por eso para mi la femineidad se define en el modo en que la mujer maneja el pudor. Cuando una mujer baila, maniobra su pudor, lo conduce, tiene una relación con su pudor, es allí donde se define la femineidad, para mi. Por eso yo digo que la femineidad tiene que ver con el manejo del velo.

-¿Se lo podría pensar en relación a la seducción?

Algo que se muestra, algo que se oculta. ¡Claro! Una mujer es la que maneja el velo, es la que sabe esconder, la que sabe mostrar.
El Superyo del hombre es un Superyo de la ley que a veces lo provoca para que transgreda la ley. Es más sinvergüenza con la ley. La mujer es más respetuosa con la ley, “no juegues, no robes, no mates” a pesar de que en Adán y Eva es la mujer la que le dio la manzana, pero en general digamos que la femineidad, la mujer, ella, el Superyo es un Superyo que respeta la ley, la prohibición. Pero es un Superyo que tiene que ver con la femineidad y esa femineidad como le digo es un manejo del velo entre esconder y mostrar.

-En nombre de elSigma.com le agradezco la disposición que ha tenido para brindarnos esta entrevista en su paso por la Argentina, la posibilidad de conocer su pensamiento y posición frente a conceptos que son fundamentales para los psicoanalistas y que hacen a lo cotidiano del trabajo en la clínica; y la profusa ilustración de su vínculo con Lacan.

-Asimismo quiero destacar la participación de Raimundo Salgado –fundador de Letra Viva- mediante intervenciones plenas que dan cuenta de aspectos constitutivos de la historia del psicoanálisis.



www.elsigma.com

sábado, 27 de septiembre de 2008

Sociedades de control

En “Intensidades filosóficas” (Paidós), libro del que publicamos un adelanto, el ensayista argentino busca provocar en el lector una renovación de los vínculos con el mundo a propósito de ciertos aspectos de Sócrates, Epicuro, Spinoza, Deleuze y Focault

Sábado 27 de setiembre de 2008
Publicado en la Edición impresa por Gustavo Santiago

En varios textos, Deleuze retoma las consideraciones de Foucault acerca del poder disciplinario y plantea algunas novedades acerca de ellas. Fundamentalmente, lo que sostiene es que Foucault estuvo acertado en el análisis de los centros de encierro como la fábrica, la prisión, la escuela, los hospitales. El problema es que la sociedad actual está dejando de ser aquella analizada por Foucault. Por ello, anuncia: Todos los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada: cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia [ ].
Los ministros competentes anuncian constantemente las supuestamente necesarias reformas. Reformar la escuela, reformar la industria, reformar el hospital, el ejército, la cárcel; pero todos saben que, a un plazo más o menos largo, estas instituciones están acabadas. Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente ocupada mientras se instalan esas nuevas fuerzas que ya están llamando a nuestras puertas. Se trata de las sociedades de control, que están sustituyendo a las disciplinarias.
Foucault había centrado su análisis en instituciones que se caracterizaban por ser lugares a los que los sujetos se veían obligados a ingresar e impedidos de salir por cierto tiempo. Instituciones en las que, más allá de los objetivos explícitos -brindar conocimientos, cuidar la salud, proporcionar empleo-, lo que se pretendía era disciplinar a los individuos de modo que pudieran resultar útiles al sistema. A través de dispositivos en los que se atendía a la individuación al mismo tiempo que a la inclusión de esos individuos en ámbitos masivos, se formaban sujetos fuertes pero dóciles y obedientes. Si bien cada una de estas instituciones operaba de un modo semejante, el paso de una a otra implicaba siempre un comienzo desde cero. A Deleuze le gusta repetir el cantito que acompaña usualmente esas situaciones: el niño al que, mientras está en la escuela, se le dice: "ya no estás en tu casa"; el joven al que en su trabajo le dicen: "ya no estás en la escuela".
Para Deleuze, los tiempos de la sociedad disciplinaria, como hemos visto, están terminando. Pero eso no significa que el panorama sea muy alentador: "Es posible que los más duros encierros lleguen a parecernos parte de un pasado feliz y benévolo frente a las formas de control en medios abiertos que se avecinan". A diferencia de lo que sucedía en la sociedad disciplinaria, en las actuales sociedades de control el acento no se coloca en impedir la salida de los individuos de las instituciones. Al contrario, se fomenta la formación on-line , el trabajo en casa. Sin horarios, sin nadie que esté vigilando. De lo que se trata ahora no es de impedir la salida, sino de obstaculizar la entrada. No es sencillo acceder a puestos de privilegio, a posgrados de nivel internacional o a medicinas que contemplen la atención domiciliaria. Para poder hacerlo, hay que superar diversos obstáculos, entre los cuales el principal es el económico: "El hombre ya no está encerrado, sino endeudado". No sólo resulta difícil ingresar; también es muy difícil permanecer. Pero los privilegios de "pertenecer" hacen que se extremen los esfuerzos por cruzar la barrera. Cuando el niño salía de la escuela, sentía el alivio de abandonar el encierro. Es verdad que ingresaba a la casa, pero las leyes de la casa dejaban atrás las de la escuela. Cuando el obrero regresaba de la fábrica, podía tomarse un respiro; el tiempo del trabajo había terminado, al menos hasta el día siguiente.
En la actualidad, la supuesta libertad del tiempo abierto resulta un elemento de control mucho más fuerte que el encierro. Ya no se necesita tener a un empleado confinado bajo llave ni vigilado para que trabaje. Se le da la posibilidad de que haga su tarea en su casa, sin horarios, en su tiempo libre. Pero ese empleado sabe que si él no hace su trabajo en tiempo récord otro lo hará por él, quitándole su lugar; que si no tiene su celular encendido permanentemente, poniendo todo su tiempo a disposición de la empresa (la expresión full time pasó ahora a ser entendida literalmente), su jefe de equipo llamará a otro empleado "más comprometido con el trabajo". De modo semejante, quien se capacita on-line no lo hace en su "tiempo libre" sino quitándose horas de sueño, porque sabe que si no "se actualiza" permanentemente dejará de pertenecer a un grupo "de privilegio". "Estamos entrando en sociedades de control que ya no funcionan mediante el encierro, sino mediante un control continuo y una comunicación instantánea."
Todo es flexible, todo es líquido, todo se resuelve con el "track track" de la tarjeta de crédito. Pero cada vez que usamos la tarjeta, cada vez que enviamos un e-mail o que miramos una página de Internet, vamos dejando rastros, huellas. Vamos diciendo qué consumimos, con qué nos entretenemos, qué opinión política cultivamos. Y cuanto más dentro del grupo de pertenencia está un individuo, más se multiplican sus rastros. Todo eso forma parte de un enorme archivo virtual que permite, entre otras cosas, "orientar" nuestro consumo. No se nos confina en ningún lugar, pero somos permanentemente "ubicables". No se nos interna en un hospital pero se nos somete a medicinas "preventivas" y "consejos de salud" que están presentes en cada instante de nuestra vida cotidiana, que nos hacen decidir qué tomar, qué comer, cómo conducir un automóvil. No hacemos el servicio militar ni -si tenemos la fortuna suficiente- somos convocados a participar en el ejército. Pero vivimos "militarizados" por el miedo que los medios de comunicación nos infunden de que las "bandas urbanas" nos asesinen por un par de zapatillas.

¿Hay alternativas posibles ante una situación como ésta?

Ciertamente, las hay. Y varias, íntimamente relacionadas. En una entrevista realizada por Toni Negri, Deleuze sostiene:
En Mil mesetas se sugerían muchas orientaciones, pero las principales serían estas tres: en primer lugar, pensamos que una sociedad no se define tanto por sus contradicciones como por sus líneas de fuga, se fuga por todas partes y es muy interesante intentar seguir las líneas de fuga que se dibujan en tal o cual momento. [ ] Y hay otra indicación en Mil mesetas : no ya considerar las líneas de fuga en lugar de las contradicciones, sino las minorías en lugar de las clases. Finalmente, una tercera orientación consistiría en dar un estatuto a las "máquinas de guerra", un estatuto que no se definiría por la guerra sino por una cierta manera de ocupar, de llenar el espaciotiempo o de inventar nuevos espaciotiempos: los movimientos revolucionarios [ ] y también los movimientos artísticos, son máquinas de guerra.
El sistema, por más que se esfuerce por tener todo bajo control, no lo consigue. Siempre hay orificios por los que se produce un escape, una fuga. Siempre hay flujos que ponen en peligro la estabilidad. Por ello, para Deleuze, el camino no es la confrontación entre clases, sino detectar y reforzar esas líneas de fuga que puedan conducir, a través de las máquinas de guerra, a nuevos espaciotiempos.
Ante un sistema que pretende bloquear el deseo, circunscribirlo a las líneas segmentarias, que pretende que cada individuo aparezca "modulado" por una misma frecuencia, lo que hay que hacer es ver qué líneas de fuga se presentan o cuáles se pueden construir, por dónde puede abrirse paso lo inesperado, el acontecimiento, el "devenir revolucionario" que produzca una transformación.
¿Significa esto aspirar a una toma de poder? No, porque eso sería intentar ser mayoría. La salida está en los devenires minoritarios. Deleuze aclara que las categorías de "mayoría" y "minoría" no tienen que ver con una cuestión de cantidad. Una minoría puede ser numéricamente mayor que una mayoría. Lo que las diferencia es que las mayorías responden a un modelo, a un patrón, y establecen jerarquías de pertenencia a partir de ese patrón. Quien más se acerca a él más poder tiene. En un sentido abstracto, el patrón occidental es el varón, adulto, propietario, citadino, de clase alta. Quien aspire al poder deberá intentar aproximarse lo más que pueda a ese patrón. Es el caso, por ejemplo, de muchas mujeres que se dedican a la política y que, en lugar de producir una transformación en la política, terminan asumiendo características tradicionalmente sostenidas por los varones. Es decir, juegan su mismo juego, pretendiendo mostrar que son mejores que ellos. Otro ejemplo podría ser el de los niños que son insertados en el mundo mediático adulto. Las publicidades o los programas que protagonizan muestran "adultos en potencia", no niños. Muestran futuros hombres exitosos, en plena sintonía con la frecuencia del sistema. Ante esto, Deleuze postula la necesidad de un "devenir-mujer" o de un "devenir-niño" de las mujeres y de los niños, pero también de los varones. Lo que no se puede es "devenir-hombre", porque "el varón adulto no tiene devenir". ...l es el patrón, su dominio es la historia, no el devenir. Y las minorías se reconocen, justamente, en la fuga de ese poder dominante.
Por esto dice Deleuze que, a pesar de sentirse un pensador de izquierda, no cree en la posibilidad de un gobierno de izquierda. "Gobierno" e "izquierda" son términos contradictorios: "Pienso que no hay gobiernos de izquierdas [ ]. En el mejor de los casos, lo que podemos esperar es un gobierno favorable a determinadas exigencias o reivindicaciones de la izquierda. Pero no existe un gobierno de izquierdas, porque la izquierda no es una cuestión de gobierno".
No se trata de luchar por una toma del poder, o del gobierno, sino de abrir posibilidades a un ejercicio creador de la potencia, a una puesta en funcionamiento de las máquinas de guerra artísticas, revolucionarias; de ser capaces de crear nuevos espacios, nuevos tiempos no regidos por el mercado, sin modelos ni patrones, abiertos a lo desconocido: "Lo que más falta nos hace es creer en el mundo, así como suscitar acontecimientos, aunque sean mínimos, que escapen al control, hacer nacer nuevos espaciotiempos, aunque su superficie o su volumen sean reducidos [ ]. La capacidad de resistencia o, al contrario, la sumisión a un control, se deciden en el curso de cada tentativa".
En definitiva, se trata de apostar por la micropolítica: "Toda posición de deseo contra la opresión, por muy local y minúscula que sea, termina por cuestionar el conjunto del sistema capitalista, y contribuye a abrir en él una fuga".

sábado, 20 de septiembre de 2008

Si me puedes mirar

Madre: es tu desamparada criatura quien te llama,
quien derriba la noche con un grito y la tira a tus pies como un telón caído
para que no te quedes allí, del otro lado,
donde tan sólo alcanzas con tus manos de ciega a descifrarme en
[medio de un muro de fantasmas hechos de arcilla ciega.
Madre: tampoco yo te veo,
porque ahora te cubren las sombras congeladas del menor tiempo y
[la mayor distancia,
y yo no sé buscarte,
acaso porque no supe aprender a perderte.
Pero aquí estoy, sobre mi pedestal partido por el rayo,
vuelta estatua de arena,
puñado de cenizas para que tú me inscribas la señal,
los signos con que habremos de volver a entendernos.
Aquí estoy, con los pies enredados por las raíces de mi sangre en duelo,
sin poder avanzar.
Búscame entonces tú, en medio de este bosque alucinado
donde cada crujido es tu lamento,
donde cada aleteo es un reclamo de exilio que no entiendo,
donde cada cristal de nieve es un fragmento de tu eternidad,
y cada resplandor, la lámpara que enciendes para que no me pierda
[entre las galerías de este mundo.
Y todo se confunde.
Y tu vida y tu muerte se mezclan con las mías como las máscaras de las pesadillas.

Y no sé dónde estás.
En vano te invoco en nombre del amor, de la piedad o del perdón,
como quien acaricia un talismán,
una piedra que encierra esa gota de sangre coagulada capaz de revivir
[en el más imposible de los sueños.
Nada. Solamente una garra de atroces pesadumbres que descorre la
[tela de otros años
descubriendo una mesa donde partes el pan de cada día,
un cuarto donde alisas con manos de paciencia esos pliegues que
[graban en mi alma la fiebre y el terror,
un salón que de pronto se embellece para la ceremonia de mirarte pasar
rodeada por un halo de orgullosa ternura,
un lecho donde vuelves de la muerte sólo por no dolernos demasiado.
No. Yo no quiero mirar.
No quiero aprender otra vez el nombre de la dicha en el momento
[mismo en que roen su rostro los enormes agujeros,
ni sentir que tu cuerpo detiene una vez más esa desesperada marea que lo lleva,
una vez más aún,
para envolverme como para siempre en consuelo y adiós.
No quiero oír el ruido del cristal trizándose,
ni los perros que aúllan a las vendas sombrías,
ni ver cómo no estás.
Madre, madre, ¿quién separa tu sangre de la mía?,
¿qué es eso que se rompe como una cuerda tensa golpeando las entrañas?,
¿qué gran planeta aciago deja caer su sombra sobre todos los años de mi vida?
¡Oh, Dios! Tú eras cuanto sabía de ese olvidado país de donde vine,
eras como el amparo de la lejanía,
como un latido en las tinieblas.
¿Dónde buscar ahora la llave sepultada de mis días?
¿A quién interrogar por el indescifrable misterio de mis huesos?
¿Quién me oirá si no me oyes?
Y nadie me responde. Y tengo miedo.
Los mismos miedos a lo largo de treinta años.
Porque día tras día alguien que se enmascara juega en mí a las
[alucinaciones y a la muerte.
Yo camino a su lado y empujo con su mano esa última puerta,
esa que no logró cerrar mi nacimiento
y que guardo yo misma vestida con un traje de centinela funerario.
¿Sabes? He llegado muy lejos esta vez.
Pero en el coro de voces que resuenan como un mar sepultado
no está esa voz de hoja sombría desgarrada siempre por el amor o por la cólera;
en esas procesiones que se encienden de pronto como bujías instantáneas
no veo iluminarse ese color de espuma dorada por el sol;
no hay ninguna ráfaga que haga arder mis ojos con tu olor a resina;
ningún calor me envuelve con esa compasión que infundiste a mis huesos.
Entonces, ¿dónde estás?, ¿quién te impide venir?
Yo sé que si pudieras acariciarías mi cabeza de huérfana.
Y sin embargo sé también que no puedes seguir siendo tú sola,
alguien que persevera en su propia memoria,
la embalsamada a cuyo alrededor giran como los cuervos unos
[pobres jirones de luto que alimenta.
Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando te llamo,
sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia,
o me ordenas las sombras,
o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo para dejarlos a
[mi lado cualquier día,
o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de mi corazón.

Olga Orozco

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Transmitir pasión.


Marcus du Sautoy, un profesor de matemática de la Universidad de Oxford de poco más de cuarenta años, es uno de los más reconocidos científicos ingleses, gracias a una destacada carrera en la que realizó investigaciones reiteradamente premiadas. Pero, además, se ha convertido en una figura popular con sus escritos sobre matemática en periódicos y por su conducción de emisiones vinculadas con esa ciencia en la radio y la televisión británicas. Precisamente, para justificar ese singular éxito masivo abordando un tema aparentemente tan árido, señaló: "La clave es saber transmitir tu pasión. La gente inmediatamente se interesa por algo que es capaz de apasionar tanto a alguien". Tal vez sin advertirlo, Sautoy definía el fundamento mismo, la verdadera esencia de la labor de enseñar. Quienes la realizan sólo pueden hacerlo cuando logran transmitir a sus alumnos su propia pasión por lo que conocen. Precisamente, uno de los factores que contribuyen a la decadencia actual de la enseñanza reside en el hecho de que no pocos de sus responsables carecen de real pasión por lo que deberían transmitir. En nuestra época tal vez despierte mayor interés la técnica de enseñar que lo que específicamente se enseña. Así, muchos docentes parecen estar bastante preocupados por ser expertos en pedagogía, pero no tanto por conocer lo que deben enseñar. Por eso, al no trasuntar genuina pasión por eso que se supone que les interesa tanto como para compartirlo con sus alumnos, no logran interesarlos. Transmitir la pasión por el conocimiento es la clave, pero, para hacerlo, en primer lugar es necesario sentirla.
Cada docente debería ser un ejemplo vivo de esa pasión. Sin embargo, las expresiones de algunos maestros y profesores en los medios de comunicación hacen que nos preguntemos de qué manera esas personas pueden interesar a alguien. A veces, sólo logran articular alguna frase en la que invariablemente lo único que surge son rastros de teorías pedagógicas. Aparecen la contención, la expresión, la libre creatividad, el equipo pedagógico, el respeto del alumno, el abordaje multidisciplinario y otras que confirman que las aulas se han convertido en un vasto consultorio psicológico. Lo que está ausente es el saber, la pasión por conocer, en cuya transmisión se basa la escuela y que es la que le da sentido como institución.
Para explicar su éxito, Sautoy completó su respuesta diciendo: "Hay una segunda clave: que a todo el mundo le gustan los retos. Y, sobre todo, la sensación que da conseguir que todo encaje. De ahí el éxito de los “sudokus". Aludía a otro de los elementos centrales de la enseñanza: plantear retos a quienes aprenden, desafiarlos a encontrar correspondencias. Y, además, incitarlos a experimentar ese placer que sólo se siente al intuir que "todo encaja", aunque sólo sea un momentáneo espejismo. Hoy negamos a las nuevas generaciones ese "gozo intelectual" que Jorge Wagensberg considera "el gran logro de la selección natural que da paso a la selección cultural y, con ella, a la creatividad humana". Ni los padres ni los docentes estiman conveniente desafiar a los niños y a los jóvenes a descubrir lo mejor de sí, planteándoles exigencias crecientes y estimulándolos a demostrar lo que son capaces de lograr cuando explotan al máximo sus capacidades. Cualquier exigencia que se les proponga es interpretada como un avasallamiento a su persona, una intromisión en su libertad de ser. En este caso, en su libertad de ser... ignorantes.
Deberíamos volver a tener en cuenta las claves del enseñar que recuerda Sautoy: sentir pasión por el conocimiento, transmitirla desde el ejemplo y hacerlo con el convencimiento de que a los humanos nos atraen los desafíos. Si no logramos que esas ideas regresen a los hogares y a las aulas, de donde las estamos ahuyentando, la educación no experimentará el cambio que todos decimos desear.

Por Guillermo Jaim Etcheverry

martes, 15 de julio de 2008

A algunos les gusta la poesía.

A algunos,
es decir, no a todos.
Ni siquiera a los más, sino a los menos.
Sin contar las escuelas, donde es obligatorio,
y a los mismos poetas,
serán dos de cada mil personas.

Les gusta,
como también les gusta la sopa de fideos,
como les gustan los cumplidos y el color azul,
como les gusta la vieja bufanda,
como les gusta salirse con la suya,
como les gusta acariciar al perro.

La poesía,
pero qué es la poesía.
Más de una respuesta insegura
ha habido a esta pregunta.
y yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferro
como a un oportuno pasamanos.

Wislawa Szymborska
Polonia (1923)

viernes, 11 de julio de 2008

Cielito de la Independencia

Si de todo lo criado
es el cielo lo mejor,
el "cielo" ha de ser el baile
de los Pueblos de la Unión.

Cielo, cielito y más cielo,
cielito siempre cantad
que la alegría es del cielo,
del cielo es la libertad.

Hoy una Nación
en el mundo se presenta,
pues las Provincias Unidas
proclaman su Independencia.

Cielito, cielo festivo,
cielo de la libertad,
jurando la Independencia
no somos esclavos ya.

Los del Río de la Plata
cantan con aclamación,
su libertad recobrada
a esfuerzos de su valor.

Cielo, cielito, cantemos,
cielo de la amada Patria,
que con sus hijos celebra
su libertad suspirada.

Los constantes argentinos
juran hoy con heroísmo,
eterna guerra al tirano,
guerra eterna al despotismo.

Cielo, cielito, cantemos
se acabarán nuestras penas,
porque ya hemos arrojado
los grillos y las cadenas.

Jurando la Independencia
tenemos obligación,
de ser buenos ciudadanos
y consolidar la Unión.

Cielo, cielito, cantemos,
cielito de la unidad,
unidos seremos libres,
sin unión no hay libertad.

Todo fiel americano
hace a la Patria traición,
si fomenta la discordia
y no propende a la Unión.

Cielo, cielito, cantemos
que en el cielo está la paz,
y el que la busque en discordia
jamás la podrá encontrar.

Oprobio eterno al que tenga
la depravada intención
de que la Patria se vea
esclava de otra nación.

Cielito, cielo festivo,
cielito del entusiasmo,
queremos antes morir
que volver a ser esclavos.

¡Viva la Patria, patriotas!
¡Viva la Patria y la Unión,
viva nuestra independencia,
viva la nueva Nación!

Cielito, cielo dichoso,
cielo del americano,
que el cielo hermoso del Sud
es cielo más estrellado.

El cielito de la Patria
hemos de cantar, paisanos,
porque cantando el cielito
se inflama nuestro entusiasmo.

Cielito, cielo y más cielo,
cielito del corazón,
que el cielo nos da la paz,
y el cielo nos da la Unión.


BARTOLOME HIDALGO
(1788 – 1822)

jueves, 3 de julio de 2008

Casa tomada

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde. Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé porqué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una y dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso. Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte mas retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos. Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco. Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas y un par de pantuflas que tanto la abrigaban en invierno. Creo que pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre. Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar. (Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios. Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.) Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro. No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.
-No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora. Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
Maravilloso cuento de Julio Cortázar
Fotografía: Julio Cortázar